Ya estoy de nuevo por Santiago
Un irónico amigo me envía un whatsapp de contestación a la foto del cartel de Santiago de Compostela » pero si estás más veces ahí que en casa…».
Algo de eso hay, ya que desde el 2016 esta es la tercera vez que entro a por la Compostela y abrazar al Santo y la cuarta en total.
Vengas las veces que vengas, siempre hay un sentimiento de fin algo amargo y cierta alegría o al menos satisfacción por ahí dentro.
La alegría exultante solo la veo en grupos que se autoalimentan con abrazos y gritos en la plaza del Obradoiro.
En Santiago es la primera vez que te das cuenta de lo ridículo que puede ser ver una mochila con calabazas y conchas, un gorro con pines y esa ropa gimnástica morcillera que hemos llevado durante un mes.
Hemos perdido el aura de personas con un destino de un plumazo.
Todos sacamos la poca ropa decente que tenemos y nos delatan los pies. En chancletas, libres de las botas, en las cojeras y en esa media sonrisa de reconocimiento, pero ya sin el saludo obligatorio de «buen camino».
El camino se acabó y ahora toca desinflar esta burbuja de fraternidad en la que hemos pasado tanto en intenso tiempo.
Los pies
Es un clásico, pero está vez toca hablar de ellos.
Por primera vez y en serio he pensado en echar la toalla, tirar las botas y coger el bus de vuelta.
La pierna derecha daba miedo por la sobrecarga, pero a base de hielo y cremas se ha ido sorteando.
Pero el pie izquierdo me ha matado en algunos momentos. Después de Villafranca del Bierzo las tres ampollas estaban controladas. Pero de pronto en Ribadiso, llegué tocado con otra en el dedo pequeño. Y de esta no me he librado aún. Me hicieron la cura en Arzúa, pero al meterlo en la bota cada paso era un infierno. Ahí se me fue toda la moral.
Pero hubo un momento completamente surrealista, en el que me pasaron unos conocidos, me dijeron las cosas más primarias del tipo con un par, vente, vasco, y chorradas por el estilo, que motivaron al primate que tengo a flor de piel.
Me puse en la izquierda una croks,que al no rozar, me dejó sin ver las estrellas a cada paso, la reforcè con la suela de cuero de la zapatilla. En la derecha la zapatilla y dos rodilleras haciendo de espinillera, un ibuprofeno y completamente idiotizado hice la etapa más larga de todo el Camino llegando a Santiago.
Hasta el Santo me pegó un par de collejas
Y por eso ahora tengo casi todo el día para disfrutar de la eterna lluvia de Santiago, de la misa del peregrino, si consigo entrar por la cola, igual algunos coreanos han pagado para sacar el botafumeiro y comer algo antes de coger el autobús que definitivamente me devuelva a la realidad.
Etapa Vigésimotercera: A Pena Eirexe
A diferencia de la etapa anterior, en las aldeas que pasamos, las zonas están más diferenciadas y cada especie ensuciamos en nuestro territorio.
Es curioso, como en pocos kilómetros, se empiezan a ver viviendas diferenciadas de los establos.
El estándar aún es más un caserío autosuficiente, donde hay una casa, un gran establo, un aún mayor almacén para el tractor e instrumentos y varios edificios anexos.
Varios de ellos forman la aldea.
Dada la masificación he optado por salirme de los fines de etapa y de las ciudades emblemàticas.
Por Portomarín, ni siquiera me molesto en subir al centro del nuevo pueblo, surgido de la desaparición del antiguo por el embalse.
Y eso que es bonito.
El recorrido desde Portomarín hasta Ventas de Narón es feo y aburrido.
Desde Ventas es pastoril y verde.
Reconozco un poco de manía a esta Galicia, pero oyendo a los guiris, todos hablan maravillas. Aunque el primer tramo de Pirineos es el mejor valorado.
Luego es uno de los mejores ejemplos de aldea grande sin servicios.
Y Eirexe el sitio incomprensible donde la Xunta ha puesto un albegue. Pero ahí pasé la noche.
Etapa Vigésimocuarta: Eirexe Ribadiso da Baixo
Hay dos o casi tres horas mágicas todas las mañanas. El mal tiempo es permanente, pero tenemos suerte de que no llueva de forma continuada más que por la tarde.
Por lo que veces con capa o sin ella, tenemos bruma casi hasta las nueve.
Y además como los turigrinos, se levantan tarde, a la bruma se añade silencio y poca gente.
Pero dura poco. Cuando paso por Palas la romeria está en todo su esplendor y como si se hubieran puesto de acuerdo todos salen de golpe.
Lo único bueno, es que van contentos, se oyen risas, conversaciones y despreocupación. Contrasta.
Me junto con una mejicana y hacemos el recorrido Palas Melide, dos lugares emblemáticos del Camino.
Es curiosa su percepción, con la que coincidimos bastantes de los peregrinos.
Es su primera vez en España y está andando desde Cebreiro.
Le ha sorprendido la mala calidad de la comida y la escasa profesionalidad y falta de orientación de servicio a clientes de la hostelería.
Respecto a la comida, hay que tener en cuenta que por diez euros, te dan lentejas o ensalada o pasta y de segundo tortilla, pechuga o huevos fritos.
La posibilidad de encontrar algo diverso es casi nula. El ejemplo de Castrojeriz no se repite fácilmente.
Ahora que he tenido que comer o cenar de restaurante, ya que no puedo cocinar en los albergues de la junta ( salvo que me lleve, el cazo, la sartén, los cubiertos…) Estoy hasta las narices de comer lentejas y huevo fritos como mal menor.
Y es triste que en un país con una gastronomía espectacular demos esta imagen.
Afortunadamente hay excepciones y se empiezan a ver sitios más orientados a una realidad. Hay peregrinos y hay turistas, y no tener claro que estos pueden exigir y que se les debe mimar, puede ser algo que se les vuelva en su contra.
Tanto movimiento de gente, cautiva y de paso hace que gente poco profesional busque enriquecerse bajando a mínimos todo.
Y ya no vale el cartel que está en todos los albergues de » el peregrino no exige, agradece».
Paso Melide y por primera vez no hago el ritual del pulpo. Ha sido una reacción instintiva. Cuando estabamos acercándonos al sitio que me gusta, el pulpeiro, al ver que se iban los de la cabeza, con malos modos nos recordo que aquí está el mejor pulpo.
Me compré una empanada de bacalao excepcional y que le den al pulpo y al pulpeiro.
Otro recorrido largo, y llego a uno de los sitios que le tenía ganas.
En Ribadiso de Baixo en unas instalaciones que están desde hace siglos en la función de hospital junto a un puente y un río está el albergue de la Xunta.
A disfrutar.
Y la cena lentejas y huevos fritos que parecían cocidos. Mucho tabasco y a dormir.
Etapa Vigésimoquinta: Ribadiso da Baixo Santiago
La previsión era ir hasta Pedrouzo que son 22 kilometros.
Pero tras la cura en Arzúa y casi tirar la toalla, pasó lo que pasó.
No me resisto a meter una cuña en contra de la amargura en el trabajo.
Al entrar en el centro de salud de Arzúa fui el primero y les debí despertar. La enfermera me trató como si fuera el enemigo. Murmurando que a ver si nos creíamos que eran un servicio a los peregrinos y lindezas por el estilo. Confío en que mi hija que acaba de convertirse en enfermera, no se convierta en estas renegadas que irradian mala leche, por ser finos.
Pedrouzo es feo a rabiar.
Y la única razón de acabar ahí era que me iba a juntar con Rubén y Andres.
Pero este en Arzua me dijo que se iba al Monte do Gozo, y Rubén que no llegaba a Pedrouzo.
Y que iba a hacer yo solo en Pedrouzo…
La última etapa desde Lavacolla hasta Santiago solo se aguanta por el Santo…
Comer y beber
A veces me preocupa mi fidelidad a algunos sitios.
En la calle Francos hay cientos de bares pero hay dos que me tienen encandilado.
Uno, el de una familia por lo que se parecen, el O’46. Jarra, taza y picoteo. Ahí descargué la tensión del día.
Y hoy en frente, comeré en El Bombero.
Y de esta forma tan prosaica acaba el relato de estos días
Saludos a los que hayan llegado hasta aquí